Quito, 30 de abril de 2008
Señor Doctor Don
Marco Antonio Rodríguez,
Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana
«Benjamín Carrión».
En su despacho.
Señor Presidente:
El día jueves 10 de los corrientes mes y año usted se dignó hacerme conocer la preocupación que le han expresado algunos Presidentes de los Núcleos provinciales y funcionarios de la Matriz acerca del contenido de mis declaraciones públicas relacionadas con la necesidad de proceder a una profunda reorganización de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Aunque usted supo transmitirme ese delicado encargo con la extremada gentileza que le caracteriza, y aunque el 22 del mismo mes me ha manifestado que «ha limpiado mi imagen» ante quienes habían dudado de ella, por las expresiones que tuvo a bien transmitirme en la primera ocasión, he entendido que los señores Presidentes y los funcionarios nombrados me han planteado un dilema: o guardar silencio o retirarme.
He reflexionado largamente sobre este dilema y no encuentro sino una manera de superarlo. Sabe usted que desde mi temprana juventud elegí el oficio de escribir como se elige un sacerdocio, es decir, para siempre. Para mí es inadmisible, por lo tanto (y sigue siéndolo incluso después de las palabras tranquilizadoras que usted me ha expresado en la segunda de las ocasiones mencionadas), que se me pida silencio, o cuando menos moderación, y más todavía si ese pedido es formulado en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, cuyo fundador asentó su obra en dos pilares inamovibles: cultura y libertad.
Mis expresiones públicas, en efecto, no pertenecen a aquel género de cotilleo maledicente al que a veces suelen entregarse ciertos personajes descontentos. Son, por el contrario, la exteriorización de convicciones que jamás he ocultado, como es fácil comprobar en mis propios escritos, y nacen de una vieja preocupación por la cultura de nuestro país, cuyo inmediato porvenir depende de las acciones transformadoras que seamos capaces de ejecutar ahora. Las he propuesto constantemente desde que regresé a esta Casa después de cuarenta años de alejamiento, pero mis propuestas no han tenido eco. Por eso he insistido públicamente en la necesidad de reencontrar el camino y de elaborar las respuestas que el Ecuador de hoy está demandando a la institución. Al hacerlo, no «he dado argumentos a los enemigos de la Casa», como usted insinuó en la primera de las dos conversaciones aludidas, y no lo he hecho por la simple razón de que la Casa no tiene enemigos. Lo que existe es un numeroso conglomerado de hombres y mujeres que anhelan una Casa abierta a todos, una Casa dinámica, que permita desarrollar una suma de acciones colectivas para potenciar la creación, la difusión y la búsqueda de puentes válidos entre las culturas diversas que existen en la Patria. Desgraciadamente, lo que esas personas encuentran (exceptuando quizá el caso de algunos Núcleos provinciales de actividad ejemplar) es una Casa pasiva y burocrática, que parece haber perdido también la capacidad de iniciativa.
En 1966, cuando los jóvenes de entonces llevamos a cabo una movilización que alcanzó todo el territorio nacional y condujo hacia la ocupación física de los locales de la Casa, como una presión ante el gobierno del señor Yerovi para lograr una ley que transformara a la institución, nuestra consigna era doble: en el lenguaje de entonces, decíamos que era preciso popularizar la institución y generalizar sus servicios, a fin de evitar que se orientaran exclusivamente a un grupo cercano a la administración de la época. Hoy, actualizando el lenguaje, podríamos decir lo mismo con dos palabras: la Casa necesita democratización y transparencia. Y es eso, justamente, lo que piden los actores culturales, aquellos a quienes usted se refirió con el nombre de «enemigos de la Casa»: yo coincido con ellos.
Sabe usted que siempre he defendido la tesis sartreana de que toda palabra compromete. Consecuente con esa convicción, debo poner mis actos en el nivel de mis palabras. Por eso, los antecedentes señalados me obligan a presentar ante usted, en forma irrevocable, la renuncia al cargo de Asesor General de la Casa de la Cultura, no sin expresar enfáticamente mi agradecimiento por sus reiteradas manifestaciones de afecto y deferencia, renovadas incluso en la conversación del 22 de este mes, y por su real, sincera y generosa decisión de ayuda personal en algunos momentos difíciles. Son estas manifestaciones las que me hacen sentir en la obligación de expresarle que si nuestras opiniones sobre la Casa parecen ahora ser diferentes, los vínculos de amistad que nos han unido no sufrirán de mi parte ningún cambio.
De usted, muy atentamente,
Fernando Tinajero
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